"Patria dispersa: caes
como una pastillita de veneno en mis horas"
Roque Dalton
XXIII
La tortura más inmensa
-cruelísima-,
es estar señido a tu cintura
horadando tus interiores de escándalo
con el mismo afán de un potro desbocado
y estar pendiente a la vez en qué momento
-como escorpiones en acecho-,
los verdugos allanarán violentamente
nuestro ritual de amor.
XXIV
Cierta noche, emisarios de la muerte,
-trogloditas con permiso para matar-,
allanaron los íntimos salones del placer,
separaron mi piel de tu piel,
por orden superior convirtieron el amor en angustia
y obligaron al gris de tus ojos a llorar.
Desde entonces, en el brillo de tus pupilas,
se dibujó para siempre un destello de rebelión.
XXV
Te escondes en la piel del sol.
Huyes junto al invisible rastro del viento.
Logras engañarlos
y la pesadilla llega a su fin.
Descansas, serena como el alma...
Una nube gris salida de un espejo de agua
cubre la mueca de tu sombra;
pero ellos siguen alli
esperando en el sueño de la noche que rueda por el campo
para cazarte como mariposa en el suspiro de la mañana.
En el fondo,
convencida estás de que la persecución no es infinita:
Culminará,
Culminará cuando el hombre irredento
decida tomar por asalto el cielo.
XXVI
Cómo amarte plenamente
en este torbellino de locura
si en cada instante vital
siento en la espalda
el cosquilleo de los eternos vigilados.
XXVII
Tú y yo en el ensueño de cada noche
sentimos la presencia cercana de la muere
que husmea ávida en las pesadillas
y en los extraños ojos que vigilan.
XXVIII
Las noches en que abrevo
-como playa sedienta-,
las aguas de tu mar escondido,
un placer de espumas retoza en mi cuerpo.
Sin embargo, en medio del sopor de caracol sin horizonte,
que sobreviene después del flujo amoroso,
reafirmo mi convicción morazanista
de luchar contra filibusteros y vendepatrias,
porque tú y la patria son la quintaesencia de mi vida.
XXIX
Porque la pobreza no es prisionera del silencio
porque el amago de un niño es santuario del hambre
porque la tristeza se disfraza de risa en los ojos del pobre
porque hay una madre que llora la muerte obligada del hijo
porque esta geografía llamada patria es orgía de abyecciones
por todo eso, nuestro amor no es el edénico paraíso que soño Jehová.
XXX
Si no fuera porque tu sonrisa me mantiene erguido,
pensando en la candidez del alba,
y porque en tus ojos aun vive para siempre la inocencia,
este mundo tendría el mismo valor diabólico
de la mirada asesina de un tirano.
XXXI
Prefiero, pequeña mía, cobijarme sin tapujos
en la piel invisible de la muerte
y morar allí prisionero en la eternidad del silencio
que compartir contigo esta patria ocupada
por verdes alimañanas.
XXXII
En el ritual de los almuerzos
la puerta se acerca solidaria
a los nudillos sucios de los niños vagabundos
y el eco de leves toquecitos
golpean las profundidades del dolor.
Desde entonces aprendimos en el martirio de cada día
a compartir con ellos la escacez de las desgracias
mientras que los ricos comparten con sus perros
la bastedad de sus riquezas.
XXXIII
Cada poema mío
se pierde, presuroso en la cadencia de tu risa
y en la frontera entre el amor y la muerte;
resurge como bandada de mariposas
perfilando en los bordes de lo eterno
nuestro canto de libertad.
XXXIV
Cuando contemplas el rocío prisionero en el geranio
el infinito pastando la luz en la bombilla
la noche sorbiendo la orgía del color en los crepúsculos
y la inocencia corriendo en la plenitud del día
no te explicas por qué la libertad
aún se desgarra en las manos de un verdugo.
XXXV
Compañera mía,
porque tengo la sabia convicción
de que la patria lo resume todo
y que tu eres parte de ella,
es que sin reparar en temores
me mantengo peligrosamente en pie de lucha
XXXVI
Cuando la guitarra razga esperanzas al optimismo
la soledad adquiere el matiz de las amapolas,
el amor se relaja en brazos de la noche,
tu cara perfila la figura del clavel
y en el grito atenuado del desaparecido
la libertad teje los hilos al porvenir.
XXXVII
Frente al viejo ritual del asedio
tu y yo nos sometemos,
entonces,
la cobardía se deshila en cascadas de silencio;
mordisquea la soledad de los rincones
ante el asalto furtivo del miedo.
Pero convencidos estamos a plenitud
de que en la suprema angustia del temor
los cobardes le roban el ánimo a la valentía.
XXXVIII
Ahora, frente al atardecer,
quisiera cantarle al transcurrir del tiempo
desde el sutil aroma de las flores
acariciarle frénetico el rostro de manzana a la ternura
explayado en las salas diametrales de la evasión,
escribirle versos de plata a la luna virgen
que conocí -cuando niño-, entre estrellas vagabundas;
y en la dimensión finita de un segundo erótico,
juntos, como dos alondras enamoradas, olvidarnos de todo;
pero todo eso, se diluye en el espejismo de la nada,
porque los emisarios del terror -mastines del odio-,
diariamente tejen sin reparo alguno los hilos de la muerte,
desatan los demonios apocalípticos de la guerra,
abren a navajazo limpio nuevas heridad a la patria
y erigen estatuas de silencio a las voces que suelen alzarse.
De aquí emergen, cariño, la sordidez de mi canto,
éste amor debatiéndose entre la angustia y la indignación
y una extraña vocación mía de jugar con el peligro.
XXXIX
Cuando la muerte atisba sospechosa por rendijas
en el interior de los hogares
y amaga con posesionarse del hálito vital de los aposentos
entonces me aferro a los bordes de tu alegría
para exorcizar el fantasma de mis temores.
XL
Perfilada en la quietud de los armarios
la oración del silencio se desgrana en la exactitud del gesto,
y en la pétrea espiral de los caracoles
aletarga el llanto atenuado del mar.
Tu lo sabes: alguien con poder maligno acalló el rumor del pino
y convirtió en pequeñísimos ecos la esperanza.
Por eso, el silencio
se acomoda fácil a la longitud del ataúd.
Tu lo sabes...
XLI
Siempre que lloras amargamente
asida en los frágiles hilos de la ansiedad
pierdes esa ternura que se ajusta intacta
a la tibieza de tus labios.
XLII
Frente a la cotidiana presencia del almuerzo
veo flotar la silueta de tu sonrisa
como presagio de que la vida es ante todo:
un suspiro del tiempo en la inmensidad de la muerte.
XLIII
Si me escapo, en la oquedad de lo eterno,
cambia tus lágrimas por flores y poemas.
XXX
Si no fuera porque tu sonrisa me mantiene erguido,
pensando en la candidez del alba,
y porque en tus ojos aun vive para siempre la inocencia,
este mundo tendría el mismo valor diabólico
de la mirada asesina de un tirano.
XXXI
Prefiero, pequeña mía, cobijarme sin tapujos
en la piel invisible de la muerte
y morar allí prisionero en la eternidad del silencio
que compartir contigo esta patria ocupada
por verdes alimañanas.
XXXII
En el ritual de los almuerzos
la puerta se acerca solidaria
a los nudillos sucios de los niños vagabundos
y el eco de leves toquecitos
golpean las profundidades del dolor.
Desde entonces aprendimos en el martirio de cada día
a compartir con ellos la escacez de las desgracias
mientras que los ricos comparten con sus perros
la bastedad de sus riquezas.
XXXIII
Cada poema mío
se pierde, presuroso en la cadencia de tu risa
y en la frontera entre el amor y la muerte;
resurge como bandada de mariposas
perfilando en los bordes de lo eterno
nuestro canto de libertad.
XXXIV
Cuando contemplas el rocío prisionero en el geranio
el infinito pastando la luz en la bombilla
la noche sorbiendo la orgía del color en los crepúsculos
y la inocencia corriendo en la plenitud del día
no te explicas por qué la libertad
aún se desgarra en las manos de un verdugo.
XXXV
Compañera mía,
porque tengo la sabia convicción
de que la patria lo resume todo
y que tu eres parte de ella,
es que sin reparar en temores
me mantengo peligrosamente en pie de lucha
XXXVI
Cuando la guitarra razga esperanzas al optimismo
la soledad adquiere el matiz de las amapolas,
el amor se relaja en brazos de la noche,
tu cara perfila la figura del clavel
y en el grito atenuado del desaparecido
la libertad teje los hilos al porvenir.
XXXVII
Frente al viejo ritual del asedio
tu y yo nos sometemos,
entonces,
la cobardía se deshila en cascadas de silencio;
mordisquea la soledad de los rincones
ante el asalto furtivo del miedo.
Pero convencidos estamos a plenitud
de que en la suprema angustia del temor
los cobardes le roban el ánimo a la valentía.
XXXVIII
Ahora, frente al atardecer,
quisiera cantarle al transcurrir del tiempo
desde el sutil aroma de las flores
acariciarle frénetico el rostro de manzana a la ternura
explayado en las salas diametrales de la evasión,
escribirle versos de plata a la luna virgen
que conocí -cuando niño-, entre estrellas vagabundas;
y en la dimensión finita de un segundo erótico,
juntos, como dos alondras enamoradas, olvidarnos de todo;
pero todo eso, se diluye en el espejismo de la nada,
porque los emisarios del terror -mastines del odio-,
diariamente tejen sin reparo alguno los hilos de la muerte,
desatan los demonios apocalípticos de la guerra,
abren a navajazo limpio nuevas heridad a la patria
y erigen estatuas de silencio a las voces que suelen alzarse.
De aquí emergen, cariño, la sordidez de mi canto,
éste amor debatiéndose entre la angustia y la indignación
y una extraña vocación mía de jugar con el peligro.
XXXIX
Cuando la muerte atisba sospechosa por rendijas
en el interior de los hogares
y amaga con posesionarse del hálito vital de los aposentos
entonces me aferro a los bordes de tu alegría
para exorcizar el fantasma de mis temores.
XL
Perfilada en la quietud de los armarios
la oración del silencio se desgrana en la exactitud del gesto,
y en la pétrea espiral de los caracoles
aletarga el llanto atenuado del mar.
Tu lo sabes: alguien con poder maligno acalló el rumor del pino
y convirtió en pequeñísimos ecos la esperanza.
Por eso, el silencio
se acomoda fácil a la longitud del ataúd.
Tu lo sabes...
XLI
Siempre que lloras amargamente
asida en los frágiles hilos de la ansiedad
pierdes esa ternura que se ajusta intacta
a la tibieza de tus labios.
XLII
Frente a la cotidiana presencia del almuerzo
veo flotar la silueta de tu sonrisa
como presagio de que la vida es ante todo:
un suspiro del tiempo en la inmensidad de la muerte.
XLIII
Si me escapo, en la oquedad de lo eterno,
cambia tus lágrimas por flores y poemas.